jueves, 29 de julio de 2010

Sinestesia...

Después de filosofar sobre mi vida y otras yerbas decidí publicar este texto del escritor peruano Alejandro Neyra. Este texto lo descubrí en uno de mis buceos por la net. Entré a varios blogs hasta caer en Ginebra Magnolia. Me llamó la atención el relato porque tiene que ver con esta sinestesia que descubrí hace poco y cada vez me interesa más y más. Al principio fui un poco ingenua: creí que lo que Alejandro narraba era una experiencia suya pero más tarde me advirtieron que era un relato ficticio, un cuento. Resultó ser que Alejandro Neyra es uno de los escritores peruanos más interesantes de los últimos años. Comenté el posteo en aquél blog y enseguida me respondieron. Pregunté si podía compartir el texto aquí y me dieron el permiso (permiso del propio autor!). Les dejo el link del blog con el acceso directo al cuento(aunque si miran a su derecha, dentro de la sección donde hay una lista de blogs que sigo lo van a poder encontrar también): http://ginebramagnolia.wordpress.com/2010/05/17/sinestesia-alejandro-neyra/

A continuación les presento Sinestesia de Alejandro Neyra. ¡Bon a petit!


Aquí donde usted está leyendo «Aquí donde usted está leyendo» (no es un truco, no se sienta engañado ni mucho menos escéptico) yo veo un rectángulo rojo con dos cuadrados verdes al medio, simétricamente alineados. Por encima de aquel rectángulo, un pequeño triángulo bermellón. Quizás para usted la diferencia entre rojo y bermellón –color que se acerca al granate– sea insignificante. Para mí es esencial.

¿Intentar explicárselo de mejor manera? No sé si se pueda. Al momento de escribir esto las imágenes se suceden incontables en mi mente. Y comprendo perfectamente que mente no es tampoco un término que se entienda sencillamente. La sinestesia es simplemente un fenómeno que algunas personas (entre el 3 y el 5 por ciento de toda la gente en el mundo) sufren. Sufrir es una palabra complicada pero real. Incluso para un sinestésico como yo. Para mí sufrir es un círculo de un azul casi negruzco con un punto naranja al medio. El contraste entre ambos colores –que son complementarios según me han explicado alguna vez– es sufrir para mí.

Puede que esto le resulte intrascendente o excesivo. Para mí no lo es. Así como yo –imagine usted que somos 3 o 5 entre 100 personas, de modo que debe conocer usted a alguno de nosotros, aunque quizás él o ella no lo sepa– hay gente que imagina palabras como colores, colores como sonidos, sonidos como sensaciones táctiles. La explicación científica es relativamente simple: en algún momento de nuestro desarrollo como seres humanos, aún en el útero materno, los sentidos –cinco, seis, quizás más que no hayamos llegado a comprender o controlar– se separan en nuestro cerebro, que es una pequeña masa que va creciendo y se va especializando ya desde entonces. En algunas personas como yo esta evolución o especialización no se completa. No sé si ese pueda ser el término adecuado. Completar es para mí algo así como un clip, un sujeta-papeles de un color entre violeta y morado (lo siento, nuevamente quizás para usted eso no sea relevante), que se abre y se cierra al mismo tiempo. Y para usted es un término concreto que puede imaginar mejor como un candado que se cierra o sabe Dios.

Pero bueno, ¿ha escuchado usted de Chris Langan? Es un guardaespaldas –lo que muchos llaman bouncer (es curioso, pero para mí ambas palabras, que quizás usted perciba como similares en español e inglés, para mí son muy distintas en cada uno de esos idiomas; tal vez porque mi sinestesia tenga que ver con las letras y no con los significados en sí, pero no podría asegurárselo ahora). Yo lo conocí hace un tiempo. Chris es el hombre con el coeficiente intelectual (IQ dice él, pronunciando aiquiú) más alto del planeta. No es broma. Pregúnteselo a alguien culto o búsquelo en Internet. El es la persona más inteligente del mundo (bueno, de toda la gente que haya pasado alguna vez por aquel test, pues quién sabe en alguna parte haya algún ser humano con el coeficiente más alto; puede que en Laos o en Perú, por nombrar dos sitios exóticos, haya alguien con un coeficiente más alto).

Conocí a Langan en Johns Hopkins. Nosotros –un grupo de sinestésicos– estábamos pasando unas pruebas realmente curiosas –tratando de calificar colores, formas, sonidos, sabores y sensaciones del tacto– cuando Chris entró. No sé si ustedes conocen su historia. De niño fue abandonado por su padre. Su madre lo crió con su nuevo esposo, quien lo golpeaba por ser un niño listo, que alardeaba de saber más que aquel hombre. Por eso se dedicó a hacer muchos ejercicios, a ir al gimnasio a cargar pesas y esas cosas. Es un tipo inmenso, la verdad. Tiene ya casi cincuenta y sigue siendo un tipo robusto, uno de esos a los que no te gustaría chocar el auto, o derramarle un vaso de cerveza jamás. Pero Chris, además de ser un hombrón, es un tipo sencillo, cuyo cerebro funciona a mil por hora. Quizás lo hayan visto en la televisión, en alguno de esos programas sensacionalistas. Yo que lo vi de frente puedo asegurarles que se trata de alguien distinto. Una persona verdaderamente especial. No por nada supongo que su IQ es de entre 190 y 210. ¿Pueden imaginarlo? Para que se den una idea, Einstein tuvo un coeficiente de 180…

Mencioné a Chris Langan porque para muchos es un farsante. Pero yo lo he visto y he hablado con él. Es real. No sé que puedan pensar ustedes de eso. Pero para mí alguien real es algo así como un cuadrado de un azul pálido, casi plomizo. Eso es real. Ese es alguien real. Y Chris es así. Cuando me miró a los ojos me dijo que veía en mí –dentro de mí, quizás– algo especial. Y yo pensé en eso que me decía y por primera vez imaginé algo distinto. En lugar de ver una figura, escuché un sonido breve pero intenso. Algo así como una de esas campanas que suenan en las peleas de box cuando se inicia un asalto. Una pegada en el cerebro que me hizo ver –literalmente– algunas pequeñas estrellas sin color (¡sin color! Algo que nunca me había sucedido).

Si hablo de Chris Langan es porque me parece que es un buen ejemplo de alguien que la gente cree un impostor pero es real (real, real como un cuadrado plomo-azulado). Nosotros los sinestésicos somos así también. La gente nunca nos cree. Quizás usted mismo ahora no crea absolutamente nada de lo que lee. Pero le propongo algo. Trate de imaginar lo que acabo de decir. Imagine que no cree absolutamente nada de lo que lee. Imagine “absolutamente” y luego “nada”. ¿Es usted capaz de imaginar algo? No mienta. Nadie lo observa ahora. Piense en “absolutamente nada”. Y ahora trate de explicármelo. Trate de decirme lo que piensa. Quizás imagine usted también una esfera de un crema tan tenue que casi no existe. Piénselo de nuevo. No se asuste. No se ha convertido usted en un fenómeno de la naturaleza. Todos somos capaces de pensar en absolutamente nada.

© Alejandro Neyra, inédito.

lunes, 26 de julio de 2010

Reflexiones de una chica al borde de un ataque...

Hay historias en todos lados. Historias de amor, de intriga, de suspenso, de desengaños, de tristezas, de alegrías, de malos entendidos. La vida nos regala relatos de todo tipo que nos forma como personas y nos alimenta de experiencia.
Me pasa que cuando estoy en vísperas de cumpleaños me agarra las ganas de filosofar sobre la vida, de ponerme a recapacitar qué hice con todos estos años de existencia, de intentar poner en la balanza qué quiero para mi futuro. Sé que a muchos les pasa estas cosas. Parece que cuando cumplimos años uno siente la obligación de repensar su vida. Lo negativo sobreviene cuando nos damos cuenta de que todos los sueños que teníamos en un pasado ya lejano no se han cumplido aún y que no estamos haciendo nada para llegar a ellos. O tal vez sí. Pero no lo hemos logrado. Nos frustramos, nos enojamos, nos autistamos del mundo y lloramos por esa realidad que no es la que habíamos ideado hace mucho.
Dentro de dos días cumplo años. Me está agarrando esa angustia de no haber logrado nada de nada de lo que me había planteado hacer para cuando cumpliera esta edad. Me da bronca. Mucha bronca. No con el mundo, ni con la vida, ni con la realidad que me tocó vivir. Me enojo conmigo misma. Me siento abatatada, sin ganas de hacer algo. Bajé los brazos rotundamente. Me siento un tapete, una bolita de pelos que anda arrastrándose por el suelo sólo con el impulso del viento porque si fuera por esa boilita estaría en un rincón llenándose de más pelusas. Estoy bajoneada. Ya lo sé. Pero estas líneas me sirven como una suerte de catarsis a mi estado emocional. De alguna manera escribir siempre me ayudó. Fue, es y será mi terapia mejor. Pido disculpas si alguna de estas líneas lo bajonean también. Si no quiere leer no lea. Yo no obligo a nadie a compartir este sentimiento conmigo.
Hace una semana atrás había empezado a escribir sobre el día del amigo. Aquella fecha tan particular inventada por argentinos, no sólo como estrategia de marketing (ya que en julio no hay fecha conmemorativa de padres, madres, abuelos o nietos…), sino como una manera de festejar con esa persona que uno eligió para que sea un hermano, un compañero de ruta, un sostén. Debo decir que mis experiencias con amistades no son muy gratas. Es por eso que empecé a tener un distanciamiento con esta fecha. Es un día más en el calendario. Sin nada de especial. Ese tema también me persigue por estas fechas. Se me juntan el día del amigo y mi cumpleaños. Me doy cuenta que la amistad es inversamente proporcional a la cantidad de años que pasan. Es decir, a más años, menos amigos. Me asusta.
Quiero terminar estas palabras tan filosóficas (?) con una reflexión final. La frase la saqué del flyer de una obra que está representando una amiga. Creo que tiene que ver con lo que me está pasando por estos días y me gustaría compartirla: “Crecer es un proceso continuo que realizamos en toda nuestra vida…podemos dejar de comer, dejar de amar, de lo que sea, pero jamás dejamos de crecer…algunos crecen y con el tiempo empiezan a entender, otros nunca quieren hacerlo…”

La idealización, los amigos y otras yerbas...

Esta semana se produjo un acontecimiento que se repite año a año. Este suceso era para mí en un principio muy (y resalto el “muy”) importante. Sin embargo, el tiempo fue erosionando ese sentimiento y hoy en día es un suceso más, sin importancia, hasta me atrevería a decir que es bastante frívolo como lo es el día del amigo. Todos los veinte de julio se festeja el día de la relación más extraña que puede tener el ser humano: la amistad. Pero, ¿Qué es eso de la amistad? Durante mucho tiempo se han escrito muchos textos, canciones, poemas, sonetos, odas, y todo lo que se les ocurra, acerca de este ¿sentimiento? Como toda buena sensación es difícil poder explicarla. Mi experiencia en tema de amistades es muy ambigua. Siempre creí que el amigo era ese compañero de aventuras dispuesto a hacer lo que sea por el otro. Una especie de idealización de lo que es en realidad, o por lo menos en lo que se convirtió hoy en día. Creo firmemente, y lo digo por experiencia propia, que el concepto de amistad se va transformando, mutando, convirtiendo (y cualquier otro sinónimo que imaginen en torno al término “cambio”) con el paso del tiempo. ¿o será que soy muy inocente en torno a este tema?
Cuando era chica los amigos conformaban el centro de mi mundo. Eran una necesidad. Jugábamos, bailábamos, compartíamos charlas acerca de los dibujitos que vimos el día anterior o de los videojuegos nuevos en el mercado. Eran épocas felices que marcaron mi infancia. El problema surgió cuando me cambié de colegio. Aquellas personas que eran todo para mí me dieron la espalda. La relación se empezó a perder. Me sentí mal en un primer momento pero como había conseguido un grupo de amigas en la secundaria no me afectó demasiado. En esta etapa entre la pre adolescencia/adolescencia comenzó el idilio de amistad nuevamente. Tenía dos mejores amigas con las que compartíamos todo. Éramos una sola. Era impresionante. Sabíamos todo de la otra: los gestos, las manías y locuras, los chistes, los gustos, los relatos sobre chicos. También fueron épocas hermosas que me dejaron recuerdos muy felices. Es en esos momentos donde uno piensa en que la amistad va a ser para siempre, cuando uno piensa en todas las cosas que aún faltan por compartir, imaginando que con el paso del tiempo esa unión que nos mantenía juntas iba a fortalecerse cada vez más y que, por último, íbamos a terminar todas juntas dándoles de comer a las palomas sentadas en el banco de la plaza, charlando sobre nuestros nietos y sobre las viejas épocas. Supongo que idealicé demasiado. Me rio al pensar en estas cosas. Me rio por no llorar (aunque sea una frase hecha). Al terminar el secundario, a diferencia de lo que me había pasado en la primaria, la amistad siguió aunque no todas seguíamos las mismas carreras. Por mi parte, en el cbc conocí gente maravillosa, aunque otra no tanto, que me hizo sentir la mujer más feliz del mundo. Me sentía rodeada de amigos, de gente que estaba ahí para apoyarme en momentos difíciles, con la que nos divertíamos, filosofábamos, salíamos. Había armado un grupo de hermanos más que de amigos. Sin embargo toda esta alegría duró poco. No sé si es porque la gente cambia o es porque uno deja de idealizar, como pasa cuando uno se enamora. Idealiza al otro como un ser cuasi perfecto o perfecto del todo. No hay nada de negativo en él. Pero después de un tiempo esa pared cae y se empieza a conocer a ese otro que era ¿ideal?¿perfecto? Fue lo que me pasó con muchas amistades que dejaron de serlo.
Hoy en día soy muy cuidadosa con la gente que elijo como “amiga”. Como dice el dicho “El que se quema con leche ve una vaca y llora”. Así me pasó. Me quemé. Y muchas veces. Soy cautelosa y me cuesta ser de este modo. Debo reconocer que siempre me gustó hacer amistades. Tampoco me cuesta hacerlo. Sólo que ahora tengo cuidado.

jueves, 1 de julio de 2010

¿Qué hacemos con las pilas?: Campaña de Greenpeace


Hoy abrí mi casilla de correo electrónico y me encontré con un mail de Greenpeace en el cual intenta encontrarle una solución a un problema que muchos no les damos importancia pero que si las cosas se dejan estar puede resultar en un problema para nuestra querida tierra.

Muchas veces te habrás preguntado qué hacer con las pilas y baterías usadas, dónde tirarlas para que no terminen en un relleno sanitario y contaminen el suelo y el agua. Las empresas productoras e importadoras de pilas y baterías son quienes deben hacerse cargo de su gestión y reciclado, pero hoy no se hacen responsables.

Las pilas y baterías usadas representan un gravísimo problema ambiental en nuestro país, y las empresas que las importan se desentienden del tema. El año pasado el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires lanzó un plan de recolección de pilas y baterías, y juntó 10 toneladas que hoy no tienen destino cierto. La única solución es que las empresas se hagan cargo económicamente de su exportación para que puedan ser recicladas en aquellos lugares donde existe la tecnología adecuada para su tratamiento.


Las empresas deben terminar con la contaminación que generan sus productos cuando ya no sirven, y dejar de tirarle el problema a los municipios y a los vecinos. Hoy es posible reciclarlas y recuperar los materiales que contienen. Todas las pilas y baterías usadas deben ser responsabilidad de las empresas que las fabrican y comercializan.

Greenpeace se encuentra haciendo una campaña de concientización para que entre todos se les exija a las empresas productoras e importadoras que de ahora en adelante se hagan cargo de todos los residuos que sus pilas y baterías generen, y que paguen la exportación de las 10 toneladas de pilas recolectadas por el Gobierno de la Ciudad.

Si logramos que las empresas se hagan cargo del reciclado de sus propios residuos daremos con la solución definitiva al problema de las pilas.

No mires para otro lado. Participá y solucioná, de una vez por todas, el problema de las pilas usadas. Podés firmar en la página de greenpeace (www.greanpeace.org.ar) una petición para lograr que las empresas multinacionales productoras de pilas se hagan cargo de esta situación. Ya hay 45247 personas que participaron de esta ciberacción. Dale. ¡Ponete las pilas!