A continuación les presento Sinestesia de Alejandro Neyra. ¡Bon a petit!
Aquí donde usted está leyendo «Aquí donde usted está leyendo» (no es un truco, no se sienta engañado ni mucho menos escéptico) yo veo un rectángulo rojo con dos cuadrados verdes al medio, simétricamente alineados. Por encima de aquel rectángulo, un pequeño triángulo bermellón. Quizás para usted la diferencia entre rojo y bermellón –color que se acerca al granate– sea insignificante. Para mí es esencial.
¿Intentar explicárselo de mejor manera? No sé si se pueda. Al momento de escribir esto las imágenes se suceden incontables en mi mente. Y comprendo perfectamente que mente no es tampoco un término que se entienda sencillamente. La sinestesia es simplemente un fenómeno que algunas personas (entre el 3 y el 5 por ciento de toda la gente en el mundo) sufren. Sufrir es una palabra complicada pero real. Incluso para un sinestésico como yo. Para mí sufrir es un círculo de un azul casi negruzco con un punto naranja al medio. El contraste entre ambos colores –que son complementarios según me han explicado alguna vez– es sufrir para mí.
Puede que esto le resulte intrascendente o excesivo. Para mí no lo es. Así como yo –imagine usted que somos 3 o 5 entre 100 personas, de modo que debe conocer usted a alguno de nosotros, aunque quizás él o ella no lo sepa– hay gente que imagina palabras como colores, colores como sonidos, sonidos como sensaciones táctiles. La explicación científica es relativamente simple: en algún momento de nuestro desarrollo como seres humanos, aún en el útero materno, los sentidos –cinco, seis, quizás más que no hayamos llegado a comprender o controlar– se separan en nuestro cerebro, que es una pequeña masa que va creciendo y se va especializando ya desde entonces. En algunas personas como yo esta evolución o especialización no se completa. No sé si ese pueda ser el término adecuado. Completar es para mí algo así como un clip, un sujeta-papeles de un color entre violeta y morado (lo siento, nuevamente quizás para usted eso no sea relevante), que se abre y se cierra al mismo tiempo. Y para usted es un término concreto que puede imaginar mejor como un candado que se cierra o sabe Dios.
Pero bueno, ¿ha escuchado usted de Chris Langan? Es un guardaespaldas –lo que muchos llaman bouncer (es curioso, pero para mí ambas palabras, que quizás usted perciba como similares en español e inglés, para mí son muy distintas en cada uno de esos idiomas; tal vez porque mi sinestesia tenga que ver con las letras y no con los significados en sí, pero no podría asegurárselo ahora). Yo lo conocí hace un tiempo. Chris es el hombre con el coeficiente intelectual (IQ dice él, pronunciando aiquiú) más alto del planeta. No es broma. Pregúnteselo a alguien culto o búsquelo en Internet. El es la persona más inteligente del mundo (bueno, de toda la gente que haya pasado alguna vez por aquel test, pues quién sabe en alguna parte haya algún ser humano con el coeficiente más alto; puede que en Laos o en Perú, por nombrar dos sitios exóticos, haya alguien con un coeficiente más alto).
Conocí a Langan en Johns Hopkins. Nosotros –un grupo de sinestésicos– estábamos pasando unas pruebas realmente curiosas –tratando de calificar colores, formas, sonidos, sabores y sensaciones del tacto– cuando Chris entró. No sé si ustedes conocen su historia. De niño fue abandonado por su padre. Su madre lo crió con su nuevo esposo, quien lo golpeaba por ser un niño listo, que alardeaba de saber más que aquel hombre. Por eso se dedicó a hacer muchos ejercicios, a ir al gimnasio a cargar pesas y esas cosas. Es un tipo inmenso, la verdad. Tiene ya casi cincuenta y sigue siendo un tipo robusto, uno de esos a los que no te gustaría chocar el auto, o derramarle un vaso de cerveza jamás. Pero Chris, además de ser un hombrón, es un tipo sencillo, cuyo cerebro funciona a mil por hora. Quizás lo hayan visto en la televisión, en alguno de esos programas sensacionalistas. Yo que lo vi de frente puedo asegurarles que se trata de alguien distinto. Una persona verdaderamente especial. No por nada supongo que su IQ es de entre 190 y 210. ¿Pueden imaginarlo? Para que se den una idea, Einstein tuvo un coeficiente de 180…
Mencioné a Chris Langan porque para muchos es un farsante. Pero yo lo he visto y he hablado con él. Es real. No sé que puedan pensar ustedes de eso. Pero para mí alguien real es algo así como un cuadrado de un azul pálido, casi plomizo. Eso es real. Ese es alguien real. Y Chris es así. Cuando me miró a los ojos me dijo que veía en mí –dentro de mí, quizás– algo especial. Y yo pensé en eso que me decía y por primera vez imaginé algo distinto. En lugar de ver una figura, escuché un sonido breve pero intenso. Algo así como una de esas campanas que suenan en las peleas de box cuando se inicia un asalto. Una pegada en el cerebro que me hizo ver –literalmente– algunas pequeñas estrellas sin color (¡sin color! Algo que nunca me había sucedido).
Si hablo de Chris Langan es porque me parece que es un buen ejemplo de alguien que la gente cree un impostor pero es real (real, real como un cuadrado plomo-azulado). Nosotros los sinestésicos somos así también. La gente nunca nos cree. Quizás usted mismo ahora no crea absolutamente nada de lo que lee. Pero le propongo algo. Trate de imaginar lo que acabo de decir. Imagine que no cree absolutamente nada de lo que lee. Imagine “absolutamente” y luego “nada”. ¿Es usted capaz de imaginar algo? No mienta. Nadie lo observa ahora. Piense en “absolutamente nada”. Y ahora trate de explicármelo. Trate de decirme lo que piensa. Quizás imagine usted también una esfera de un crema tan tenue que casi no existe. Piénselo de nuevo. No se asuste. No se ha convertido usted en un fenómeno de la naturaleza. Todos somos capaces de pensar en absolutamente nada.
© Alejandro Neyra, inédito.